La Semana Santa que acaba de pasar ha sido por mucho la más reflexiva de mi vida, gracias a la lectura feliz de esta grandiosa narración de Stendhal. Por vez primera concibo con claridad absoluta los profundos ríos del espíritu italiano. Esta Italia endemoniada, apasionada, imaginativa e indomable que se ha encargado de forjar el alma de nuestra civilización, me ha mostrado que la palabra no puede ser producto más que de su construcción deliberada y entusiasta. La acción es hija del norte; el pensamiento del sur. Las brisas mediterráneas convirtieron al hombre en un ser apasionado, emotivo y orgulloso. Los vientos nórdicos terminaron por cortar todo refinamiento y pulir tan sólo el músculo de lo concreto, donde cada sutileza se ve mutilada por el pragmatismo.
La duquesa Sanseverina me recordó de muchas formas a la lady Clarick de Dumas (si es que acaso, como ya lo decía Balzac, en algo pueden compararse una mujer italiana y una francesa -o inglesa, para el caso da igual-). Tienen ambas ese mismo aire de superioridad y esa capacidad de subyugar a cualquiera que se cruce con su mirada, no sólo por su absoluta belleza, sino por la fuerza incomparable de sus almas. La Sanseverina es Italia. Es todas las mujeres del mundo, y a la vez, ninguna, porque su ingenio es inequiparable. Pensé que era ella la que hacía de La Cartuja una obra universal, como es la cultura (transmitida, como tan claramente lo saben las feministas, por las mujeres) la que hace de Italia una nación universal.
domingo, abril 08, 2007
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1 comentario:
Me parece estar oyendote hablar de la Cartuja. Te demandó bastante tiempo y dedicación, pero sin darte cuenta vas forjando tu, tan criticada, voluntad.
Estás en Egipto y te extraño. Yo sigo leyendo aquí entre sábanas y música. Este espacio me trae muy bueno recuerdos.
Te amo! Di.
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