viernes, julio 29, 2005

Cursilería y honestidad



Hace muchos años, cuando apenas me definía a mí misma como persona, leí una frase que terminó por iluminar mi proceso de autodeterminación. Decía "Dios es amor". Entendí entonces que el mundo funciona de formas muy diversas, pero que es el amor lo que finalmente permanece, lo que debe ser perseguido y lo que debía intentar alcanzar siempre, pues sólo así podría ser también parte de la divinidad.

Y he intentado perseguir el amor desde entonces, pero jamás había aparecido tan claro y puro frente a mí como ahora, cuando miro tus ojos, siento tu cuerpo, escucho tus palabras y tus silencios, respiro tu olor y comparto tu corazón. Y puedo decirte, en este momento anhelado de mi vida, que nunca jamás me había sentido parte de algo tan inmenso. Nunca antes me había deleitado tanto en la contemplación de un alma. Y te siento conmigo tanto como me siento contigo. Y buscaré una y mil razones, una y mil formas para quedarme a tu lado, prolongando este instante de absoluta eternidad.

Quiero perderme en tus ojos. Quiero habitar todos los rincones de tu mente. Quiero estar en todas tus creaciones, ser tu musa, tu pincel y tu lienzo. Quiero ser tu piel y mis dedos. Y quiero que veas en mi mano sobre tu cadera al viento, dibujando vidriosas curvas de nubes con su aliento. Quier ser las lágrimas que lloras en secreto, el agua que te recorre en las mañanas, el sudor que surge de tus entrañas. Quiero ser el cerezo del que nacen tus labios. Y quiero ser también tu lugar de paz y tranquilidad, al que siempre desees llegar.

Quiero amarte, mientras compartes conmigo el regocijo de saber que lo que vivimos es un respiro de Dios. Te amo. Con sutileza y firmeza te amo.

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