lunes, agosto 22, 2005

Política

Lo que publico aquí es parte de un ensayo escrito por mí sobre el efecto de la globalización en el conocimiento. Por supuesto no es un trabajo literario, pero expresa bien algo que he empezado a creer hace un par de años, y que me hace pensar que el discurso liberal de nuestros días es un error de concepción del mundo y el hombre.


Puede decirse de Occidente que es un conjunto de valores e ideas de carácter teleológico. La adopción de la democracia y del capitalismo como sistemas político y económico ideales, ha traído consigo un ecumenismo que se manifiesta en fenómenos tales como la invasión a Irak, en un caso concreto, y en respuestas como el fundamentalismo islámico, para nombrar un hecho sobresaliente. Aunque sería demasiado asegurar que esto ocurre de manera directa. Más aún, dicha adopción es consecuencia de una causa profunda que orienta los principios liberales de democracia y capitalismo hacia un mismo fin.

La causa, podríamos decir, no es otra cosa que los valores mismos esenciales de Occidente. Ambos sistemas, el económico y el político, apuntan hacia una civilización libre, individualizada, protegida por el Estado y ligada a éste por los derechos y deberes expresados en la Revolución Francesa. Pero esta carrera hacia la libertad ha resultado en una desenfrenada manía por el desarrollo económico, al punto de medir las sociedades en términos estrictamente monetarios, y su evolución por el nivel de inserción en los parámetros democráticos y capitalistas.

2 comentarios:

Paulafat dijo...

Hola nena. Hace como 3 millones de años que no venía a tu blog, pero ya me desatracé. Deberías seguir escribiendo, sácate un tiempito, tampoco tienen que ser cosas larguísimas.

David Temper dijo...

El problema es vincular democráticamente el fin del estado como el velador de la aplicación legal de derechos y obligaciones con la igualdad económica de oportunidades.

Se puede llegar al extremo de afirmar que la elección popular no es menos influenciable por la información y educación que por sus condiciones de vida.

Así es como, desde la colectividad (como un integrante de una turba iracunda), más que enarbolar la decisión propia se deja uno al garete por la facilidad de dejarse llevar... y arrebatar lo que se pueda, de paso.

El enemigo está adentro, y se combate primero con uno mismo antes que con nadie.