lunes, diciembre 05, 2005

Viajes

Estar de viaje es ausentarse para estar más presente donde no estás. O eso siento yo, aquí, en esta ciudad del caos, cuyos hijos son dueños de la desesperanza y el fracaso.

No lamento y no me excuso por dejar de escribir públicamente. El silencio es necesario, y el olvido complaciente. Regresar casi siempre es despertar en un amanecer, y a mi todavía me quedan meses de una noche oscura acentuada por el invierno gris que a veces me eriza y me tiñe los huesos.

He leído con atención a Sábato (me atacó la idea de que es un pseudo arreglo del Russell latinoamericano) y a Dickens, precisamente en su Historia de Dos Ciudades. Curioso leerla cuando tengo en mi nariz el epicentro de la trama. Un efecto que jamás había sentido (ni siquiera con García Márquez, de quien me separan los Andes) por aquello de leer desde la periferia a los autores europeos. Y bendita periferia: la extraño y le agradezco la visión amplia que me regaló.

Desarrollaré más este argumento. Estoy empezando a conocer el mundo, esta vez con mi propia piel, sin mediarla por palabras de amigos viajeros que llenan mi vida. Pero estoy siendo oscurecida por una nube de problemas formales que me embargan y me llenan de resentimiento. Razón por la cual me resultó imperativo escribir. Cuando tenga calma procuraré un poco más de cordura.

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